Wednesday, June 30, 2010

México desde afuera de un edificio grandote e inteligente I

Actualmente estoy realizando una estancia de investigación en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en la Ciudad de México. Voy a aprovechar este espacio para redactar por lo menos unas seis inserciones y platicar sobre lo que se vive, pero que no cuenta en términos de investigación académica. Esto es, ¿qué sucede allá afuera en la Ciudad de México, en cuanto acabo mis jornadas de trabajo o durante los fines de semana?

Este esfuerzo de redacción sobre lo cotidiano surge principalmente porque considero que la Ciudad de México es una de las ciudades más interesantes y hermosas del mundo. Y sobre lo hermosamente interesante, uno no puede simplemente dejarlo pasar así nomás, sin verlo, ni sentirlo, sino que hay tratar de entenderlo y, sobre todo, disfrutarlo. Al mismo tiempo trataré de ser objetivo, una especie de testigo silencioso y “redactante” sobre lo que veo y vivo. A veces es posible que mis comentarios no sean del todo agradables (nice) o incluso se verá que hasta ando inventando palabras, pero eso también es parte de la esencia de lo hermoso.

Bueno, empecemos con los perros que viven atrás de la entrada principal de la SRE, sobre la calle de Independencia. El Panzón, la Chiquita y el Cortino. Unos personajes maravillosos. De hecho, cuenta la leyenda que el Panzón recogió (o invitó a vivir con él) en su momento al Cortino y a la Chiquita. En efecto, un perro que recoge perros. Le dicen el Panzón porque desde que estaba cachorrito, pues ha estado bien panzón y cuando quería correr, pues se caía de panzón. Por eso le pusieron el Panzón. Tanto el Panzón como la Chiquita son perros cuyo pedigrí es prácticamente inrrastreable. Digamos que son un par de perros cafés y grandes, ya madurones (la Chiquita ya ha de andar en los 11-13 años). El Cortino es una cruza de Cooker Spaniel con callejero, así que en realidad parece un Cooker gigante, blanco con manchas cafés y lleno de pachones de pelos por todos lados.

El Panzón también es famoso porque, a veces, sus dueños como que medio sospechan que les toca ya una guarapeta de rompe y rasga con el alcohol y entonces deciden colgarle en su collar al Panzón las llaves de la bodega de la que en teoría son responsables. Ellos saben perfectamente que el Panzón nunca va a soltar las llaves a personas ajenas al establecimiento y así sus dueños pueden entrarle duro y tupido al placer etílico. Los tres perros aparentemente identifican inmediatamente cuando los transeúntes andan drogados y empiezan a ladrarle como desquiciados. A los borrachitos no les ladran, a menos que el borracho quiera patearlos, con lo que la situación cambia en cuestión de segundos y le sacan los dientes a la primera de cambio.

Muy cerca de donde vive el Panzón & Co. está Chinatown, que mas bien es Chinastreet. Un lugar muy curioso, con restaurantes que fueron muy buenos otrora, pero como que ahora la calidad de la comida ha sido sacrificada en aras de mantener el precio o definitivamente he tenido mala suerte en mi selección de platillos y establecimientos. Hablando de calidad que deja que desear, es impresionante el hedor que circula a todas horas en el primer plano de la ciudad. Uno está comiendo, por ejemplo, en el Sanborns de los Azulejos, o en el Cardenal de la calle de Palmas o en La Ópera Bar o en el Café Tacuba o en la Churrería el Moro (que se acaba de incendiar) o en un café de chinos en el centro y la pestilencia del caño definitivamente es una constante bastante triste. Hace poco, un ex combatiente de Vietnam en el Bazar de San Ángel me comentaba que esa pestilencia se daba porque apenas comenzaba la temporada de lluvias y como que se reavivaba la pestilencia con las primeras lluvias, pero que después el agua se llevaba el hedor y todo se arreglaba solo.

Espero que esté en lo correcto, ya que si eso no sucede, definitivamente la otra teoría resultaría más lógica: La mayor parte de las tuberías del desagüe en la Ciudad de México están tronando porque la ciudad está edificada sobre un lago que los brillantes conquistadores (incl. la Santa Inquisición) tuvieron a bien secar hace mas de 500 años y ahora la naturaleza está reclamando su territorio: lo del agua al agua… y eso provoca que la ciudad se vaya sumiendo de manera constante e irregular y tanto las tuberías del caño como las que transportan agua potable están tronando debajo de las calles capitalinas. De ahí el hedor, que esperemos no haya llegado para quedarse.

En fin, el día de hoy en la madrugada yo estaba viendo la tele muy a gusto en un séptimo piso y de repente las cortinas de la recámara se pusieron a bailar solas… Un temblor con magnitud de 6.4 grados en la escala de Richter. Interesante la experiencia…

-GC